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Refugiado, no terrorista

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Luchar contra el terrorismo no debe impedir dar ayuda a los refugiados. 

 

Los atentados en París, el 13 de noviembre, fueron algo horroroso. Es imposible entender qué clase de mente puede planear ataques tan macabros y ejecutarlos con tal frialdad, con total indiferencia por la vida. Desafortunadamente, dentro de los atacantes figura uno que parece haber llegado a Europa como refugiado (de lo que se sabe al momento en que escribo esta nota).

Como consecuencia de esto, comentarios y opiniones se han desatado en los medios, rechazando a los musulmanes y al acogimiento de refugiados en Europa, en Estados Unidos y en el resto de América. Estos sostienen que es momento de cerrar la puerta a todos los sirios y musulmanes, pues por esa vía se filtran criminales que presentan una amenaza para la seguridad de los países que los reciben. Esa es una conclusión precipitada y errada. Presenciar lo ocurrido el 13 de noviembre nos debería hacer simpatizar aún más con estas personas, pues esos son los peligros a los que están expuestas todos los días, en su propia casa. La respuesta del mundo en la lucha contra el terrorismo debe ser dura y contundente; pero no debe socavar la respuesta humanitaria a los refugiados que huyen de la misma violencia con la que Occidente trata de acabar.

La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, de la cual muchos países son signatarios (incluyendo Francia, Estados Unidos y Guatemala), es el instrumento internacional que define quién es un refugiado. Al ratificar esta Convención, los Estados parte adquirieron un compromiso de brindar ayuda a quienes huyen de sus países por motivos de persecución, compromiso que no deben evadir. El asilo humanitario, evi- dentemente, no es para terroristas. Es por eso que la Convención menciona casos en que la misma no es aplicable. Acoger a refugiados no debe ser inconsistente con la lucha en contra del terrorismo.

El balance entre mantener una respuesta humanitaria a este problema y asegurar el control migratorio de personas que pueden ser un riesgo a la nación, debe lograrse a través del sistema de determinación de la condición de refugiado que, contrario a lo que muchos piensan, no está establecido en la Convención y es propio de cada país. Esto da margen a los Estados para definir un proceso que conjugue ambos valores y crear así un procedimiento estricto y enfocado en eliminar amenazas a la seguridad nacional, pero que acepte la migración humanitaria como algo normal y responda a su compromiso adquirido de brindar ayuda a los refugiados.

 

“La guerra no es en contra del islam ni de los refugiados. La guerra es en contra del odio y la discriminación”.

 

Es irresponsable representar a los refugiados como criminales cuando en realidad, ellos son el objeto de las amenazas en su país de origen. Generalizar a estas personas como un riesgo para la seguridad cambia la forma en la que los percibimos y nos desensibiliza ante su urgente necesidad de protección. Asimismo, generalizar a los musulmanes como radicales y asesinos fomenta una cultura de xenofobia que no tiene fundamento y que perpetúa el círculo de odio entre personas diferentes. Debemos aprender a vernos más allá de las etiquetas. En lugar de vernos como guatemaltecos, como sirios, como refugiados o como musulmanes, debemos vernos como seres humanos. Todos tenemos derecho a vivir en un lugar seguro.

Lo sucedido el 13 de noviembre es algo terrible. Yo estudié desde pequeña en un colegio francés, por lo que llevo a Francia, su cultura y su gente muy cerca del corazón. Pero también tengo amigos musulmanes, personas bondadosas que condenan los atentados y que definitivamente NO son terroristas. No nos equivoquemos. La guerra no es en contra del islam ni de los refugiados. La guerra es en contra del odio y la discriminación. La guerra es en contra del radicalismo y de la falta de respeto a la vida. La guerra es en contra de las etiquetas y de los prejuicios. La guerra es en contra de la misma guerra.


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