Reflexiones acerca de los cambios anunciados en el Congreso.

El Evangelio de San Marcos inspiró un refrán popular que ha sido usado por muchos a través de los siglos: poner vino viejo en odres nuevos. El odre es un recipiente de cuero (parecido a una bolsa) que sirve para guardar líquidos tales como el vino y el aceite. Si se coloca vino nuevo en odres viejos, los odres se rompen y se pierde tanto el vino como el odre. En cambio, si se coloca el vino joven en odres nuevos, ambos se conservan. Cuando se coloca vino viejo en odres nuevos, el odre no se rompe, pero el vino se hace agrio.
El concepto del refrán popular es intuitivamente claro. Los que colocan vino viejo en odres nuevos engañan al cliente que compra el vino, pues lo hacen aparecer (dado el odre nuevo) como joven. Más temprano que tarde el incauto comprador se dará cuenta del engaño, pues el vino pronto se transformará en una suerte de vinagre.
El uso extendido de dicho refrán es debido a su utilidad para describir ese engaño, donde algo viejo se quiere hacer pasar como nuevo. Aplicado al comercio, a la política, e incluso a las relaciones personales, la idea es que constantemente hay personas que buscan engañarnos con cosas o ideas viejas que pretenden ser nuevas.
Toda esa larga historia viene a colación debido a la enorme tremolina armada por el flamante nuevo presidente del Congreso, el diputado Mario Taracena. El diputado Taracena no solo es uno de los miembros del Congreso más antiguos sino que además, uno de los más sagaces. Políticos como él hacen que el país no naufrague en medio de las tantas torpezas públicas que se cometen a diario en el ejercicio del poder, y además han sido los personajes que han mantenido a flote el maltrecho Congreso de la República.
Sin duda alguna, el diputado Taracena conoce su oficio. Y en mi experiencia en las artes del gobierno aprendí a respetarlo y a comprender su, a veces extravagante, estilo político. Es inteligente, es sagaz, es conocedor, y es un gran cultivador del arte del diálogo y la componenda, por arriba y por debajo de la mesa. Sin duda es un hombre conservador, pero entiende que lo que se estanca no funciona y ha aprendido el arte de mover maquinarias grandes sin hacer grandes aspavientos.
No hay peor cuña que la del mismo palo. Así que se necesitaba un hijo del mismo Congreso para entrarle a sus vicios. Y el diputado Taracena se ha convertido en pocos días en la imagen del cambio y la renovación parlamentaria. No hizo denuncia alguna, porque bastaba con sacar los trapos sucios a asolear para que la sociedad misma ejerciera la crítica inclemente en relación con los abusos de poder enquistados en el sistema de contrataciones de empleados.
Y ha prometido aún más. En particular, llama la atención la agenda parlamentaria para los siguientes meses que, el mismo Taracena ha anunciado, incluirá tres leyes esenciales para la transformación de la política en Guatemala: la reforma a la Ley Orgánica del Congreso, la reforma a la Ley de Partidos Políticos, y una nueva Ley del Servicio Civil que modernice y profesionalice las contrataciones de empleados públicos a fin de consolidar uno de los pilares de la administración del Estado.
Si el diputado Taracena cumple con lo anunciado, el Congreso se pondrá al frente de las reformas necesarias para que la política guatemalteca salga del atolladero en el que se encuentra. Faltarán muchos más cambios en la acción pública, pero las reglas del juego empiezan a ser modificadas de tal manera que los corruptos ya no la tendrán tan fácil como en el pasado.
Guatemala lentamente empieza a moverse. No cabe duda de que el presidente del Congreso ha decidido empujar ese barco con determinación y audacia. Y los ciudadanos debemos estar vigilantes para que esta vez no nos den vino viejo en odres nuevos.