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Violencia centroamericana

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Centroamérica cuenta entre sus países a los tres más violentos del mundo. El Salvador, que disputa con Honduras el primer lugar de violencia mundial, presenta un índice sorprendente de 25 personas asesinadas cada día. El 90 por ciento de estas son jóvenes. Sus victimarios, también lo son.

Pero esta violencia que hoy día azota nuestros países no es nueva. La violencia ha sido en nuestras naciones la forma de convivencia y de orden social. Durante la época colonial y postindependentista, la violencia fue el recurso utilizado por autoridades y clases poderosas para mantener el estado de las cosas y lograr el funcionamiento de las instituciones y de las incipientes repúblicas.

columna de Vanesa

Durante estas épocas hubo muchos levantamientos campesinos e indígenas, que fueron sofocados mediante violencia extrema y pública, como una forma de hacer desistir de su intento a todo aquel que tuviera intenciones de desobediencia. Las luchas entre Estados y caudillos fueron la cotidianeidad. Indígenas y ladinos eran reclutados por la fuerza para conformar tropas.

Diversos empréstitos, con los que se hacía cargar a la población, eran destinados a guerras sin sentido y sin ganadores. El siglo XX también estuvo marcado por hechos violentos, golpes de Estado, represión, dictaduras y luchas populares. En El Salvador, en 1932, ocurrió uno de los hechos más sangrientos de la historia centroamericana. Miles de indígenas, desesperados ante el hambre y la falta de trabajo, protestaron de forma masiva y violenta en el occidente.

El Ejército respondió con más violencia, asesinando a miles y casi exterminando la cultura maya en el país. En la década de los 70 y 80, diversas guerras civiles azotaron la región. En Nicaragua, El Salvador y Guatemala se libraron guerras ideológicas que, ante la incapacidad de resolverlas mediante la palabra, fueron disputadas con balas y bombas.

El resultado fue millares de muertos, heridos, desaparecidos, presos, exiliados y naciones que, aún hoy, no logran reponerse de los horrores. Pese a los acuerdos de paz firmados por cada una de las naciones mencionadas y que, en su momento, parecieron dar inicio a una nueva era de reconciliación y de nuevos métodos de comunicación en nuestra región, la guerra ideológica pareció continuar en formas diversas.

La lucha entre ideologías, partidos políticos, grupos de interés y económicos, dio inicio a una nueva era de violencia política y social. La polarización se implantó como juego político y la violencia reapareció. La falta de reparaciones y justicia luego de las guerras, la falta de verdad y reconciliación, permitió que la violencia social escalara a niveles insospechados.

Luego vendría la aparición de grupos que desde el crimen organizado causarían nuevamente terror en la sociedad. Los Estados, acostumbrados como siempre a la vehemencia, intentaron responder mediante planes denominados de “mano dura”, agravando aún más la situación. A la fecha, por increíble que parezca, la ciudadanía misma exige violencia como mecanismo para resolver el terror que nos acecha.

Nuestra incapacidad para solventar los conflictos sociales mediante mecanismos no violentos o de cultura de paz, se ha hecho cada vez más evidente. Aceptar que la violencia no es nueva y que no deviene únicamente de los Gobiernos y el crimen, sino también de la sociedad en su conjunto, podría ser un primer paso para resolver la problemática.

Es hora pues, de que cambiemos las balas por los libros, el arte y la cultura por la violencia, y la polarización por la cohesión social que permita, mediante la resolución alternativa de conflictos, la tan anhelada convivencia pacífica en nuestra región.


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