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Ese tenebroso juego llamado Juego de Tronos

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Escribir sobre Juego de Tronos: una mala idea. ¿Por qué meterse a escribir sobre una serie tan inagotable como esta, una serie, además, que ya ha sido tan comentada, tan escrita?

Pero de otra parte: ¿cómo no escribir sobre Juego de Tronos?

 

La conversión

En fin, por el principio. ¿De qué manera llegué a Juego de Tronos?

Un proceso religioso, realmente. Empecé como un no creyente, un ateo.

Juego de Tronos (a partir de aquí: JDT) me era por completo indiferente. Como el bastardo Jon Snow, yo tampoco nada sabía.

Cuando la estrenaron en HBO Latinoamérica (recién hace poco) decidí ver de qué iba la onda: quedé prendido. En cuestión de un capítulo –el primero– pasé de ser un réprobo a un converso, y a eso siguieron maratónicas semanas de inmersión en las aguas de JDT.         

Me fascinó el exigente cuidado, el detallismo, la verosimilitud y hercúleo realismo.

Me fascinó el producto filmado sin extravíos, clásicamente, con maestría y sensibilidad cinematográficas.

Me fascinó la cabalgante –pero controladísima– trama.

En literatura, a eso se le conoce como worldbuilding, y es de hecho muy difícil de lograr: arquitecturar un vasto mundo, con todas sus superestructuras ideológicas, y su mapa extenuado de reinados.

Aparte, JDT me capturó por su temperamento marcial, duro, eviscerante, poblado de testiculares señores impiadosos e implacables mujeres venenosas, poderosos amos y cortesanas patricias en conflicto perpetuo.

Y sin embargo, por toda la sangre que nos muestra, JDT descansa sobre un lirismo y sutileza encantadores, y es de sí una serie muy literaria (eso se ve claro en los magníficos diálogos).

Luego no hay modo de no amar los personajes, que se van interconectando de un modo fenomenal y con quienes establecemos un inevitable rapport, incluso con los más perversos.

Así pues, y como ya se han dado cuenta, pasé a ser un fanático, un completo entregado. Allí me tienen esperando la próxima temporada como un junkie espera su próximo fix.

 

Juguemos a los Tronos

Nada comparable a la emoción de contemplar la intro de la serie, ya saben, ese mapa renderizado de capitales y lugares geoestratégicos que se erigen, catrastralmente, al profundo sonido de la hímnica melodía residente de JDT, y que más que ser un mapa es una historia en sí misma, una narrativa desocultándose hasta su irrevocable final.

Por supuesto, esta emoción no me distingue, más bien me confunde con millones de millones de otros seres humanos, que flotan como luciérnagas en la noche de la pleitesía de JDT.

Una base de fans gigantesca. Todos comentando los últimos sucesos de la serie, distribuyendo leaks y spoilers, especulando sobre el argumento, piratizando los episodios, rolando escenas desaparecidas, viajando al stand de Game of Thrones en Comic–Con, vistiéndose de Khaleesi en Halloween, jugando juegos episódicos basadas en la serie, comprando tazas conmemorativas.

Y todo el resto.

En efecto, JDT es un mundo que ha generado un mundo alterno dentro de nuestro propio mundo.

 

La serie total

JDT es un artículo televisivo americano de gran entretenimiento, que empezó en 2011 y lleva cinco temporadas. Su inceptum es la serie literaria llamada Canción de fuego y hielo, de George R. R. Martin.

En la serie televisiva propiamente, de los productores y directores David Benioff y D. B. Weiss, se mezcla la más fina imaginación con la más cruda realidad, en una ambientación de tipo medieval que me recuerda ciertas lecturas juveniles que, ay, ya no volverán.

Queda por supuesto la pregunta: ¿durante cuánto tiempo más seguirá la serie? ¿pasará de las ocho temporadas?

No puede preocuparnos la falta de audiencia. Que JDT sea una serie tan cruda, tan cainita de espíritu, no le ha impedido, más bien lo contrario, amalgamar una nación enorme de seguidores.

Y es que la serie es puro asombro. JDT ha conseguido algo ya muy arduo en pleno siglo veintiuno: que el pasmo y emoción no bajen. Es un estado de permanente tensión y shock. No hay temporada y capítulo que no contengan escenas crispantes.

Hay otras series geniales, eso nadie lo puede negar. Pero JDT, siendo tan específica, es que lo tiene todo. Es la serie total. Y por eso conecta con tanta gente. Por eso reditúa de la manera que reditúa. Por eso compite de la manera que compite. Y por eso la audiencia es masiva y es de culto.

 

Un asunto de poder

Con la muerte del Rey Baratheon, adviene una desintegración y atomización de lo que hoy llamaríamos el mapa geopolítico de Westeros. En cada región, una narrativa bélica se establece, y así, vamos saltando de locación en locación con emocionante ritmo. King´s Landing, Winterfell, Lannisport, Gulltown, White Harbour, Old Town... En todos esos lugares –y en los lugares que los conectan– distintas figuras se mueven, produciendo un tablero cada vez más rapaz y dinámico.

Con lo cual llegamos al tema cohesionador de Juego de Tronos: el poder.

Quien dice poder dice lucha por el poder. Que es decir lucha por la tierra, los recursos, las consciencias y las lealtades. La lucha por la polis, en suma.

Por supuesto, el máximo poder en un lugar como este es el poder de matar, y correlativamente el poder de vivir –de sobrevivir. Lo cual explicaría tantas peleas individuales y colectivas (coreografiadas increíble y monumentalmente).

¿Quiénes quedarán de pie, luego de la gran masacre? ¿Qué simientes conseguirán pasar la prueba?

La sangre levanta ciudades de sangre. Es difícil perdurar en un lugar en donde el poder tiende a degradarse en maldad directa. Una poza cruenta de gore, tortura y sadismo.

Y no es que en el mundo de JDT todo se reduzca a la sobrevivencia basal. Hay hedonismos, hay vinos, hay risas, hay sexo (muchas voluptuosas y lascivas escenas sexuales). Pero como todos los temas de la serie, el sexo también está unido al asunto metatópico del poder y de la guerra.

Porque el poder es la guerra. Y la guerra de JDT es una en donde todos se pelean con todos, hacia todos los lados y de arriba a abajo.

No siempre la guerra es frontal. Hay otra guerra angustiante que es oblicua, de estrategas y mandarines y eunucos y espías de temer. El aprendiz de político puede ver JDT y por contagio se tornará un experto en asuntos criptoadministrativos.

Parte del interés que nos ofrece la serie se encuentra al nivel de lo que comúnmente llamamos lealtad y su anverso ineludible: la repugnante traición. Véase cuántos pactos y despactos cruzan JDT, en un ajedrez agusanado e intrigante. De todo esto extrae el espectador una fuente de placer mental, no exento de perversión.

Lo intelectual de la serie no mata lo mágico. El poder en JDT se refracta en toda clase de poderes sobrenaturales (shapeshifting, nahualismo, dragones, demonios, zombis, etcétera).

Como sea, no importa la cantidad de fuerza disponible, física, estratégica o mágica. Al final, cada quien termina recibiendo lo que merece, lo que el karma o el azar, o ambas cosas, le hacen merecer.

 

De la fantasía a la realidad

Se puede malinterpretar que JDT es mero escape: ningún error más grande. JDT es un juego muy serio y muy real. El realismo lo consigue a través de cinco estrategias básicas: 1) partir de un fondo histórico tangible; 2) asentarse en espacios de veras existentes; 3) poner la fantasía al servicio de la realidad; 4) llevar las cosas a su nivel más visceral; 5) y crear personajes vivos. Veamos:

  1. Está claro que JDT es una serie de ficción fantástica, ¿pero se aparta categóricamente de la historia real? Yo diría que hay un fondo de realidad histórica en esta serie de fantasía. ¿De dónde sino de la realidad es que provienen todas esas masacres y envenenados y guerras cruentas? Esas ambientaciones caballerescas y escenografías feudales no es que surjan ex nihilo: se inspiran, más allá de las licencias de la imaginación, en cosas rastreables en nuestra propia memoria.
  1. Estamos hablando de un espacio mítico, inexistente, tolkienesco, pero dentro de ese contexto de los Siete Reinos, con sus ambientes forestales o ya marmóreos, podemos encontrar conexiones con nuestro espacio real, con nuestra existente estética geográfica. Tómese en cuenta que JDT es filmada en lugares muy verídicos como lo son Irlanda, Malta, Marruecos, Croacia, Islandia.
  1. Está claro que JDT es una serie de fantasía, sí, pero yo le llamaría fantasía calculada. Ustedes fíjense: nunca se abusa de la misma, y por momentos incluso es casi homeopática de dosis. Pero, sobre todo, la fantasía está subordinada al realismo de la serie.
  1. Otra forma en que JDT consigue realismo es que lleva las cosas a su nivel más visceral. JDT es una serie intestinal que se siente profundamente en los intestinos.
  1. Entiéndase que hay siete conjuntos de personajes principales (aparte de todos los secundarios) representados por las siete familias o casas o potentados: Arryn, Baratheon, Greyjoy, Lannister, Martell, Stark, Targaryen, Tully, Tyrell. Cada familia tiene su propia historia y su set de personajes con su historia individual. Y todas esas historias y subhistorias familiares se van mezclando unas y otras, dando un mosaico tremendamente rico y complejo. Ahora bien, lo extraordinario, lo increíble, es que no nos perdamos en esa selva infinita de circunstantes. Tiene que estar vinculado al hecho de que todos los personajes son tan queribles y tan odiosos, tan atractivos y tan deleznables, tan venturosos y tan hijueputas, a la vez. Y si son tan queribles y tan odiosos es porque son de veras humanos. ¿Cómo tomar partido? Hay preferencias, claro, pero percibimos que todos los personajes tienen valor, y a todos lloramos cuando se van, porque todos al final se van. Cada ser es un himno destruido, dice un apotegma de Cioran. No hay mejor frase para describir a las pobres almas que pueblan este tenebroso Juego de Tronos.

 

facebook.com/maurice.echeverria


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