Llantas, patrullas, urnas electorales, buses, incluso personas. El hábito de quemar va más allá de la tradición del 7 de diciembre y está peligrosamente instaurado en la cultura popular guatemalteca. ¿Qué tiene el fuego que nos provoca tanta fascinación? Cada incendio parece tener una explicación diferente. Por Sofía Menchú y Paco Roche. Artículo publicado originalmente en la edición impresa publicada el 6 de diciembre de 2013.
Al diablo por la Virgen
Cada 7 de diciembre a las 6:00 de la tarde se prenden hogueras y se queman cohetes en todo el país, es el día para quemar al diablo. Esta tradición se heredó de Europa y comenzó en el siglo XVI, pero se llamaba Luminaria o Iluminación. La actividad consistía en encender cirios como signo de purificación previo al día de la Virgen de la Inmaculada Concepción que se celebra el 8 de diciembre.
De acuerdo a datos de Miguel Álvarez, cronista de la ciudad, en Guatemala se adornaban grandes pebeteros con cera y se colocaban en edificios públicos. La intención era iluminar la oscuridad de la noche y esperar con luz la víspera de la Virgen.
A finales del siglo XIX las personas cambiaron la práctica y generaron fuego a través de hogueras armadas con basura u otros objetos. Los pebeteros se dejaron de usar porque decorarlos resultaba oneroso. En la actualidad, las personas recurren más al uso de piñatas con figuras diabólicas en lugar de quemar basura.
Fuego indomable
El fuego siempre ha estado ligado al grupo, rara vez al individuo. Las hogueras son un buen ejemplo de la capacidad de las llamas para aglutinar a las personas. La explicación no está solo en sus virtudes calóricas. El fuego tiene gran capacidad para cohesionar a los individuos. Esa cualidad se pone especialmente de manifiesto en las revueltas populares. Allá donde se reúne un grupo para escenificar una reivindicación están presentes las llamas. Así ha sido a lo largo de la historia. Ninguna tecnología ha logrado sustituir los efectos de una antorcha empuñada a la cabeza de una marea humana.
El fuego ejerce un efecto psicológico doble. Infunde sentimiento de poder entre quienes las portan y proyecta esa sensación en forma de amenaza. “Es un instrumento de violencia simbólica muy eficaz”, explica el psiquiatra forense Rodolfo Kepfer Rodríguez, experto en violencia individual y colectiva.
Kepfer resalta, además, otras aplicaciones más prácticas. Para explicarlas recurre al ejemplo de las llantas. Una llanta en llamas permite cortar una vía y llamar la atención del resto de la población. Además, la humareda que produce garantiza el anonimato de los manifestantes.
Las llantas son las primeras víctimas del fuego en las revueltas, pero no las únicas. Después suelen venir los símbolos de aquellos contra quienes se protesta. En las revueltas políticas es habitual que ardan banderas y fotos o monigotes de autoridades. El fuego es una escenificación de insumisión hacia el poder y una proclamación de la soberanía propia.
Cuando las protestas apuntan a la autoridad, es habitual que ardan propiedades públicas. De ahí la quema de patrullas y comisarías policiales, donde el fuego cumple una función múltiple: desafía a la autoridad, señala como enemigos a los agentes y sabotea su labor.
Capítulo aparte merecen los incendios sufridos por empresas que explotan recursos naturales, como la hidroeléctrica Santa Cruz, en Huehuetenango, donde numerosos opositores quemaron maquinaria en noviembre de 2011. Unos meses más tarde, en mayo de 2012, un hombre falleció durante el intento de prender fuego a la vivienda de un vecino al que acusaban de haber vendido tierras a la hidroeléctrica. Sucesos parecidos se dieron en la mina San Rafael Las Flores, en Santa Rosa. Allí, las protestas del pasado abril de 2013 dejaron un agente muerto, ocho heridos y tres patrullas destruidas. Aunque Kelvin Jiménez, asesor jurídico del Parlamento Xinca, niega cualquier participación en estos sucesos, cree que son un síntoma de la negligencia de las autoridades judiciales. “La gente quema cosas en las protestas porque no hay justicia por parte de las autoridades, es para demostrar indig- nación, una indignación colectiva que se contagia. Lo malo es que se convierte en costumbre resolver las cosas de forma violenta”, explica. El antropólogo Rigoberto Quemé opina que, en este caso, “el fuego es un instrumento de agresión para el que no tiene otras armas”.
Fuego distractor
Desde el punto de vista criminal, provocar incendios supone ocultar o borrar huellas de hechores, anular posibilidades de identificación de la víctima y retardar la investigación. En Guatemala, ni la delincuencia común ni el crimen organizado acuden con frecuencia a quemar cuerpos. Los malhechores optan por desmembrar o enterrar a los muertos.
El psiquiatra Kepfer supone que el fuego sirve en estos casos para demostrar poder, mandar una advertencia e infundir miedo. El experto no cuenta entre sus pacientes casos de pirómanos ligados al crimen, ese perfil no es frecuente en el país.
Sin embargo, hay dos episodios donde aparte de quemar a las víctimas se incendiaron los vehículos donde se trasladaban. En febrero de 2007, Eduardo D’Aubuisson, William Pichinte y José Ramón, diputados salvadoreños que pertenecían al Parlamento Centroamericano y su piloto fueron asesinados a tiros y quemados con todo y carro. El cuádruple crimen, supuestamente cometido por policías guatemaltecos que buscaban dinero en el vehículo, fue vinculado al narcotráfico.
El otro caso fue el asesinato de 15 nicaragüenses y un holandés en noviembre de 2008. Una banda liderada por el narcotraficante Marvin Montiel Marín, alias “el Taquero”, quemó el bus en el que se trasladaba el grupo. Se suponía que trasladaba un cargamento de droga, pero al no encontrarlo, quemaron al bus con todo y ocupantes.
Para Kepfer, en ambos casos el fuego obedeció a una nueva modalidad introducida por el narcotráfico para distraer el trabajo policial, pues no se comprobó que la hipótesis de la búsqueda de droga fuera real.
Telémaco Pérez, director de la Policía Nacional Civil (PNC) explica que hay métodos científicos para determinar la identidad de las víctimas carbonizadas a través de pruebas de ADN, pero se retarda la investigación. El uso del fuego en escenas criminales muestran el nivel de saña de los delincuentes para intimidar a su adversario.
Fuego justiciero
Una de las aplicaciones más violentas que se le da al fuego en Guatemala es la que se produce en los linchamientos. Durante el conflicto armado (1960-1996) fueron esporádicos, su registro empieza después de la Firma de la Paz y no están ni mucho menos erradicados. Solo en el primer semestre de este año se produjeron 66, mientras que en 2012 hubo 154. Estas personas fueron asesinadas y quemadas bajo la acusación de robos, asaltos o violaciones.
Estas acciones, en las que el pueblo se toma la justicia por su mano, se remontan a la Edad Media. En aquella época, las llamas simbolizaban el castigo divino que esperaba a quienes hacían el mal. Para Kepfer, las llamas de los linchamientos actuales son un símbolo con el que la masa exhibe su superioridad moral ante el ajusticiado. Además, el fuego otorga al castigo un matiz ejemplarizante, pues las llamas garantizan que la ejecución tendrá repercusión pública. Daniel Pascual, del Comité de Unidad Campesina (CUC), opina que los linchamientos son una muestra de descomposición social y también de la desconfianza del pueblo con las instituciones, aunque cree que al actuar así se pierde la razón.
Fuego sagrado
No todas las aplicaciones del fuego remiten a revueltas sociales y criminalidad. En el mundo maya las llamas son sinónimo de espiritualidad. El fuego, elemento sagrado en la cosmovisión maya junto al viento y la lluvia, significa luz y se utiliza para conectar al hombre con la naturaleza y con sus antepasados y posee su propia ceremonia.
Se oficia en diferentes momentos según el tipo de ayuda que los guías espirituales vayan a pedir a los ancestros. Los oficiantes son los encargados de interpretar las señales que los muertos envían a través de las llamas. “El fuego habla a los guías espirituales por medio de sus formas, les dice si los abuelos aceptan la ofrenda”, expone la arqueóloga Bárbara Arroyo, quien explica que no existe evidencia alguna de que en la cultura maya se utilizaran las llamas para infligir castigos.
El fuego también es la base fundamental de las ceremonias relacionadas con la siembra y la recolección, con las que, según los investigadores, los mayas “pagarían” o compensarían a la naturaleza por su utilización.