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La pantanosa transición de Jimmy Morales

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La política guatemalteca es un lodazal: no se puede entrar en ella sin mancharse. Por eso, el gran atractivo de Jimmy Morales y su éxito: como no ha ejercido cargo público alguno, ni por nombramiento ni por elección popular, se le ve sin mácula, impoluto.

Pero ni bien se ha acercado al barrizal y ya su desempeño empieza a hacer dudar de si podrá llegar hasta el otro lado de esta ciénaga con tachas mínimas, o si su gobierno terminará por hundirle hasta la nariz en el lodo.

Les voy a presentar tan solo dos evidencias que muestran hechos que ya le pringaron de manera indeleble.

La primera de ellas fue el pobre desempeño de su equipo económico y financiero en el proceso de aprobación del presupuesto. En vez de mantenerse hasta el final y lograr que la Comisión de Finanzas del Congreso acomodara el gasto de acuerdo a sus prioridades de gobierno, dejó que los diputados hicieran una serie de cortes y arreglos a cual más escandalosos. Si Morales ha hecho de la salud parte de su discurso actual, ¿por qué permitió que le redujeran Q200 millones al presupuesto de esa cartera?

Luego, su lema de “Ni corrupto ni ladrón” se pone en duda cuando esa ausencia, esa falta de pelea por incidir en el diseño del presupuesto, deja pasar decenas de millones de quetzales que van a las oenegés de los diputados. El retiro de la negociación le convierte en cómplice de esa sangría que nutrirá a los vampiros parlamentarios.

¿Que no tiene bancada y por eso no podía incidir? Ese no es un argumento que se sostenga, porque al haber sido electo con el mandato de abatir la corrupción y haber logrado esa diferencia de votos tan grande con respecto a su competidora, Morales tenía la autoridad moral para denunciar al Congreso y movilizar a la opinión pública para presionar a los diputados y evitar que ese par de dislates fueran consumados. En vez de eso, prefirió refugiarse en un vergonzoso silencio.

La segunda evidencia es haber preferido irse de gira por Centroamérica en los momentos en los que urgía su presencia para dirigir la transición y supervisar la integración de sus equipos de trabajo. Esta ausencia suya ha hecho que mucha de su gente, como es el caso de algunos diputados como Javier Hernández y Adim Maldonado, empiecen ya a presentarse como gestores de iniciativas y favores dentro del Ejecutivo, y que otras personas promuevan –como oficiales– iniciativas que no cuentan con el apoyo del presidente electo. Este fue el caso acontecido la semana pasada con el excandidato a diputado y coordinador de la filial metropolitana de Libertad Democrática Renovada (Lider), Mario Méndez Montenegro, cuando se reunió con la Cámara del Agro para presentarles una iniciativa de política agropecuaria.

El hecho de que haya gente perteneciente a su partido –como es el caso de los diputados electos Javier Hernández y Adim Maldonado– o procedente de otros –como sucedió con Mario Méndez– lo que muestra es una preocupante falta de autoridad del presidente electo. A Jimmy Morales más le valiera mostrar su autoridad aquí, que engolosinarse con giras cuando ni siquiera ha sido capaz de integrar su gabinete. Con una conducta así, enloda prematuramente su gobierno y pone en duda su aptitud para gobernar.


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