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Las reinas y sus calabozos

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Bruce Jenner, medallista olímpico, decide este año dar el salto definitivo y entrar al quirófano. Al salir ya no existía Bruce, sólo Caitlyn, la mujer que siempre sintió que era. Al salir, las luces y la portada de Vanity Fair le daban la bienvenida. Sin embargo, esto es algo así como un cuento de hadas que solo vive el uno por ciento de la población trans. Al otro 99 por ciento lo que les espera es un mundo de sombras, el asecho de la muerte.

Ángela Romero, mujer trans, habla por teléfono afuera de su salón de belleza, ubicado en los cines Capitol, en la zona 1 de la ciudad de Guatemala.

Ángela Romero, mujer trans, habla por teléfono afuera de su salón de belleza, ubicado en los cines Capitol, en la zona 1 de la ciudad de Guatemala.

“Acá las mujeres más ricas que encontrás, son hombres”, me dice el taxista mientras ve por el retrovisor aquel cuerpo delgado que trasluce una lencería negra bajo un vestido de malla. Esta crónica empezó esa noche, hace casi medio año, mientras atravesábamos la zona 1. Cuadra tras cuadra, aquellas mujeres vigilaban la ciudad en compañía de los semáforos en naranja permanente. A la mañana siguiente volví a pasar por las mismas calles, ellas habían desaparecido.

CALABOZO: RENAP

Soledad lleva toda la mañana haciendo cola en una sede del Registro Nacional. Soledad necesita reponer su DPI, pero el tipo detrás del escritorio le explica que hay un problema:

-No le puedo tomar la foto así. -¿Así cómo?

- Así, como está vestido, es que acá dice que usted es hombre, y con todo respeto, pero usted no se ve como hombre.

La cosa no es tan fácil como cree el registrador. Soledad lleva seis años en su proceso de transformación, seis años de hormonas y operaciones. No lleva una peluca, es el pelo que tanto tiempo ha visto crecer y ha cuidado. Son sus pechos para los que tanto ahorró. El registrador no sabe qué hacer. Le dicen que ana- lizarán su caso y la llamarán. Eso fue hace tres años. Hace tres años que Soledad pide favor cuando tiene que cam- biar un cheque a nombre de Carlos.

DAPHNE: SALÓN DE BELLEZA

Daphne termina con un cliente. Le ha recortado un poco las puntas y le ha hecho unos rayitos. Daphne tiene su buena fama y eso que nunca se profesionalizó. Empezó en el oficio experimentando con ella misma, luego una amiga le dio trabajo como aprendiz en su salón. “No había modo que consiguiera trabajo. Nunca vas a encontrar a una chica como nosotras en una caja de banco, aunque estemos más guapas que las cajeras”, me cuenta intentando ponerle humor a la historia. “Así que ella me dio una oportunidad y es de aprovecharla”.

Mientras tanto, afuera, un grupo de estudiantes pasa camino al billar o a las famosas máquinas de Los Capitol. “Allí está tu amor, mirá cerote”, le grita uno al otro poco antes de empujarlo y de que casi caiga encima de la muchacha que anuncia las ofertas de su salón. Ella lo esquiva, pero no se libra de las risas.

“Así es todos los días, continúa Daphne, pero mirá, bien pueden pasar por otro lado pero entran por acá por morbo, porque en el fondo uno les gusta”. ¿En dónde estábamos? Sí, la cosa es que Daphne intentó estudiar en el Intecap pero no la aceptaron. “En el reglamento dice que no quieren hombres con el pelo largo, ni aretes. Intenté explicarles que soy mujer aunque en el DPI diga otra cosa, pero nada. Igual nunca busqué la aceptación de los demás, yo me acepto como soy y no les iba a andar rogando tampoco”. Pese a todo, dos años después, tiene su propio salón.

Me cuenta como si estuviera tuiteando, la historia del padrastro que la humillaba en casa y que un día intentó violarla. Así, breve, mejor obviando los detalles. Antes de irme hay una pregunta que tengo que hacer, digamos, por licencia periodística, porque uno nunca le anda preguntando a los demás ¿cómo es tu clítoris? Me excuso y la lanzo: ¿Estas operada? Me dice que no: "de aquí a unos años cuando sea millonaria".

CALABOZO: HOSPITAL

Karla feminizó su cuerpo hace tres años, lo explica con pena. Con pena porque hizo lo que tantas otras de sus amigas hicieron: buscó en Internet, preguntó con una y con otra y empezó automedicándose hormonas. Luego, el gran paso: la operación. No tuvo la suerte de Caitlyn Jenner, la automedicación le provocó obstrucción en las venas y un punto de diabetes y de la vulvovaginoplastía lleva varias operaciones sin que el médico, clandestino, logre terminar el proceso. Buscó atención médica alguna vez en el San Juan de Dios. “Una enfermera me dijo que disculpara pero que había un centro donde me podían dar mejor atención y me mandó a la zona 3. Cuando llegué resultó que era un centro para atender VIH. Ni siquiera entré”. Karla, claro está, no tenía los Q180 mil que una operación de ese tipo puede costar en México ni la suerte de vivir en un país como Argentina en que el Estado lo paga.

LAS REINAS MUEREN JÓVENES

No es una cosa de rock and roll o de querer despedirse cuando el cadáver aún se vea hermoso. Es una cuestión de resistencia. Daphne por ejemplo, que ya supera los 30 años, quizás no tenga mucho tiempo para seguir ahorrando.

En diciembre de 2014 Leelah Alcorn, de 16, publicó una nota de suicidio en su blog de Tumblr. Apenas aguantó dos años en la batalla por defender su identidad de género. Sus padres se negaban a aceptar que fuera Leelah y no el niño al que ellos llamaron Joshua. Lo enviaron a una terapia de deshomosexualización, lo sacaron de una escuela en la que ya era víctima de acoso y lo encerraron en casa. Leelah no aguantó. “Mi muerte debe sumar en el número de gente transgénero que se ha suicidado este año. Quiero que alguien se moleste en mirar ese número y diga “esto está jodido” y lo arregle. Que arregle la sociedad. Por favor”, escribió poco antes de salir a la calle e interponerse a un auto para morir atropellada.

Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación Transgénero en Estados Unidos, mientras solo el 4.6 por ciento de la población total ha pasado por un intento de suicidio, en el caso de la población transgénero la taza sube hasta el 41 por ciento. Organizaciones sociales, como la Fundación Huésped y la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de la Argentina (ATTTA), estiman que la esperanza de vida para una persona TRANS es de 35 años. La lucha no solo es contra la depresión, sino contra las enfermedades y el monstruo de la transfobia.

MARIANA: UN REINADO BREVE

El reinado de Mariana empezó a las 7 de la noche en la esquina de siempre. Parecía ser una buena jornada. Cinco minutos después un tipo caminó hacia ella, acordaron el pago y entraron al hotel. “Un tipo normal, no andaba bolo ni nada”, recuerda. Adentro, la rutina. Besos prolongados, ella que le abre la camisa, que baja el cierre de su pantalón; ella que se lo hace oral. Hasta entonces un cliente complacido. Luego la puso contra la pared, apretó uno de sus pequeños pechos mientras la otra mano se coló en su entrepierna. Allí descubrió un miembro tan erecto como el suyo escondido bajo la lencería. “Entonces se puso como loco, me aventó contra la cama, empezó a gritar y a gritar, y me clavó su llave aquí”, me cuenta mientras levanta un poco su blusa. Una larga cicatriz nace debajo del ombligo.

Aquel breve reinado terminó con Mariana metida en el baño del hotel intentando curar la herida. ¿El tipo? Simplemente se fue. Mariana ni siquiera pensó en ir a la Policía. ¿Para qué?, pregunta. Y es que otra vez que fue agredida por otro cliente, sí denunció. El resultado fueron dos policías que nunca le tomaron los datos y le dijeron bromeando, que “por qué mejor no se dedicaba a otra cosa”.

LAS MUERTES INVISIBLES

Mariana tuvo suerte aquella noche de no alimentar la estadística mundial de una persona trans asesinada cada tres días. Así lo reporta el Observatorio de Personas Trans que, solo en 2015, ha contabilizado 1 mil 731 casos a nivel mundial, casos que apenas son la punta del iceberg puesto que en la mayoría de países no existen registros, los casos solo se documentan por el sexo con el que está registrada la persona así que para contabilizarlos solo pueden hacer uso de notas de prensa. Por eso, la mayoría de sus muertes son invisibles, aunque brutales. En los medios locales figuran pocos casos.

En Alta Verapaz nueve trans fueron asesinadas entre enero y mayo de 2009. En 2009, Cristy de 25 años murió de 30 puñaladas. En 2011, Aline salió de noche a su esquina, pero a la mañana siguiente amaneció en el mismo lugar asesinada. Una mujer de 25 años, no identificada, murió en 2011. Según las investigaciones, sujetos en un vehículo podrían haberle pasado disparando a quemarropa. Una mujer no identificada fue encontrada en 2012 en un basurero de Petén, quemada y con heridas de bala.

JOHANNA

Johanna es la directora de la organización OTRANS Reinas de la Noche. Empiezo preguntándole en qué momento decidió asumir una nueva identidad y ella empieza corrigiéndome: “No se trata de decidir en qué momento, como todas las personas vamos desarrollando nuestra identidad desde los cuatro años. Así que no construimos algo, sino nos descubrimos: yo nací mujer aunque en el papel diga otra cosa”. El papel dice Denis Ramírez.

No ha sido fácil su vida. En agosto del año pasado su nombre sonó en los medios cuando su carro chocó contra el muro de catedral. “Reina
de la Noche se estrella contra la catedral”, decía la nota. Si bien algunos lectores acusaban el dejo de amarillismo, en las
redes sociales su accidente se convirtió en materia para chistes. “Todos se fueron sobre mi cabeza, que choqué porque tuve una noche loca, porque andaba deprimida porque ese día no me pude maquillar bien. Parecía que nadie estaba dispuesto a creer que, como tantas mujeres, fui víctima de violencia intrafamiliar que terminó con el forcejeo en el carro hasta que choqué”.

Más allá de ese choque, su vida ha estado llena de muros. “En la escuela no están preparados para aceptarte; en la casa la mayoría o somos maltratadas o nos terminan corriendo. El 95 por ciento de nuestra comunidad es trabajadora sexual y no es porque quiera sino porque no nos quedan otros caminos. Difícilmente alguien va a contratar a una mujer TRANS como maestra”.

ESQUINA

Desde la mesa de una panadería empezamos a ver la noche caer. Mientras nuestra charla termina, Mariana saca un espejo de su bolso para revisarse el maquillaje. “No vaya a ser que llegue tarde al trabajo”, me dice mientras me guiña el ojo. Tiene que empezar a caminar a su esquina, a pararse a coquetearle a la noche. A esperar que la burla y la muerte tomen hoy un desvío y no pasen por su calle.

Foto: Dafne Pérez/CP

Foto: Dafne Pérez/CP


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