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Pasar lista a los ausentes

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Otros numeritos incómodos en franco desliz. ¿O dirán también que se trata de datos bofos que se inflan como panzas con lombrices? 

¿Cuántos niños menos se matricularán en enero? ¿Cuántas niñas en edad escolar cuidarán de niños o animales, acarrearán agua o leña y contarán tortillas del comal en lugar de aprender los rudimentos de la escritura y la aritmética en un aula en 2016?

Del 95.8 por ciento en 2010 al 82.31 en 2014, cayó la tasa de inscripciones en primaria para ambos sexos –según datos de la plataforma de información social integrada (PISI) del Ministerio de Educación. Catorce niños menos por cada cien dejaron de apuntarse a la escuela en solo 4 años. Por cinco años consecutivos ha descendido el nivel de cobertura escolar. El registro de matrícula inicial alcanzado en 2015, da cuenta de 2,095,921 niños, 51 mil menos que la meta propuesta en el presupuesto del Ministerio de Educación (Mineduc).

La política de gratuidad generó una demanda que el Estado no pudo sostener.

Las familias beneficiarias de los programas sociales perdieron el incentivo de las
transferencias condicionadas para enviar a los niños de entre 7 y 12 años a estudiar. La irregularidad de los pagos del bono escolar y de la peregrina refacción, podemos presumir, también abonó a la deserción. Enviar a los hijos a la escuela tiene para las familias un costo intangible, que no desaparece con la gratuidad de la inscripción: las manitas que toman el lápiz dejan de hacer las tareas de la subsistencia en la casa y el campo.

“Es con educación como se rompe ese ciclo y por ello se le considera un eje fundamental del desarrollo”.

En estos años, la desigualdad en la matriculación escolar entre niños y niñas había disminuido hasta casi rozar la paridad. El 2011 fue el año en el que estuvimos más cerca de alcanzar la meta de tener igual cantidad de niños que de niñas en las aulas. Pero también en ese logro-país hemos perdido, a razón de una décima por año, el terreno ganado. Me corrijo –no se trata de baldíos ni de cifras, sino de las niñas ganadas al carrusel infame de la miseria cuyo único porvenir posible es convertirse demasiado pronto en madre de otra niña pobre, desnutrida y analfabeta como ella misma. No es con decretos ni leyes o no solo con decretos y leyes que prohiban casar a niñas menores de 16 que las eximiremos de ese futuro cierto. Es con educación como se rompe ese ciclo y por ello se le considera un eje fundamental del desarrollo.

El propósito más importante de los datos estadísticos es proporcionar información aproximada sobre la realidad y sus tendencias, y orientar con ello nuestras decisiones como sociedad. Sirven como una báscula a un gordo a régimen, para comprobar si sus renuncias y sacrificios le encaminan en la dirección correcta o si por el contrario necesita corregir la dieta o echarle más ganas al spinning. Flaco favor le haría a su salud poniéndose a disputar onzas con la balanza cuando su objetivo es la salud.

“Cuando la matrícula mostraba crecimiento (del 2000 al 2009) se calculó que tendríamos que esperar más de 140 años para alcanzar un promedio de 11 años de escolaridad”, dice el documento ¿Hacia dónde va la educación pública en Guatemala?, elaborado por siete entidades entre las que se encuentra la Cátedra Unesco, el Instituto de Problemas Nacionales de la Universidad de San Carlos (IPNUSAC) y el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI).

Las tendencias están claras y revelan lo esencial: el sistema consiguió atraer a los niños a las aulas, pero pronto los expulsó de nuevo. ¿Nos vamos a conformar con pasar lista a los (cada vez más) ausentes o vamos a corregir el rumbo y a sacar, aunque sea en retrasada, las materias suspendidas como país en cobertura escolar?


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