Necesitamos desarrollar conciencia ciudadana acerca de la situación de la pobreza en la que viven muchos guatemaltecos.
El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) dio a conocer los resultados de la Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI) realizada en el año 2014. La misma reveló un dato alarmante y vergonzoso: la pobreza extrema y la pobreza en general aumentaron de manera significativa entre el 2006 y el 2014.
Esto es sin duda una afrenta a la conciencia moral de nuestro país, pues en el mismo período la economía creció significativamente, al mismo tiempo que se redujo la desigualdad. Hoy, en Guatemala hay más riqueza y dicha riqueza se encuentra mejor repartida, pero paradójicamente también hay más hambre y más pobreza.
Lo primero que debemos hacer frente a este desafío es no negar que existe. No podemos continuar con la estrategia del avestruz donde, con diversos argumentos, pretendemos meter la cabeza en la tierra y olvidarnos de que la pobreza existe en Guatemala y es muy grave. Hay demasiada hambre, demasiada falta de oportunidades y demasiada insatisfacción de necesidades básicas como agua potable, vivienda digna, y acceso a servicios de salud de calidad.
Lo segundo que se necesita es una estrategia clara que, con base en nuestra propia experiencia y en la amplia experiencia internacional de países que sí han reducido la pobreza, se plantee metas concretas para acabar con la miseria y con las condiciones de vida indignas en que viven millones de familias en Guatemala.
En tercer lugar, hay que abandonar las falsas dicotomías ideológicas que nos plantean que la pobreza es un campo de batalla, en vez de un espacio para el compromiso y el diálogo. Los guatemaltecos que buscan vivir dignamente, lo hacen esperando que la sociedad se una para avanzar en ese propósito. Pero la unidad pasa por renunciar a intereses egoístas y miopes que impiden la construcción de un país donde ser guatemalteco signifique crecer libre del hambre, de la miseria, de la falta de oportunidades, de la discriminación y el racismo, y de la injusticia.
“...necesitamos monitorear el progreso y verificar que se cumplen las metas de reducción del hambre, la miseria y la pobreza”.
En cuarto lugar necesitamos entender que las estrategias exitosas pasan por una combinación entre políticas sociales, políticas económicas y de desarrollo tecnológico que fortalezcan la competitividad y una cultura empresarial más solidaria, y el fortalecimiento de instituciones capaces de brindar servicios de calidad para todos. Nada de eso será posible sin un pacto fiscal y político que nos lleve a un país con un Estado moderno y fuerte, y un sector privado igualmente moderno y fuerte. La dicotomía falsa que opone el Estado al sector privado debe ser eliminada de nuestros horizontes ideológicos.
En quinto lugar, debemos establecer políticas de desarrollo territorial a nivel rural y a nivel urbano. El campo y las ciudades deben ser espacios donde se generen respuestas regionales, departamentales y municipales que complementen la acción pública nacional orientada a reducir la pobreza. Nuevamente, debemos abandonar otra dicotomía falsa: la del desarrollo rural ver- sus el desarrollo urbano.
Y por último, necesitamos monitorear el progreso y verificar que se cumplen las metas de reducción del hambre, la miseria y la pobreza. Sin un sistema institucional sólido técnica y financieramente, que produzca estadísticas confiables de manera regular, nunca sabremos si somos exitosos en reducir y erradicar la pobreza. El INE debe recibir como mínimo tres a cuatro veces más financiamiento fiscal, y debemos crear una ley que asegure su independencia y rigurosidad técnica para producir las estadísticas que midan nuestros pasos.
Los pobres en Guatemala no pueden seguir siendo los eternamente olvidados. La democracia debe incluirlos a todos sin excepción. Reconocer y cumplir con sus derechos humanos es el gran desafío para este siglo 21.