Aunque el concepto de “Producto Interno Bruto” (PIB) es relativamente nuevo, muchos lo asumen, cual dogma, como un indicador incuestionable e infalible para ponderar el desarrollo de un país.

Foto: Santiago Billy/Diario Digital
El economista y estadístico Simón Kuznets (Nobel de Economía ´71) sistematizó con formalidad y precisión hace menos de 100 años, lo que hoy conocemos como las “Cuentas Nacionales”. Dejó como legado el fundamento de lo que hoy es pilar de las economías modernas: “El crecimiento económico”[i] medido a través del PIB.
Sin embargo, Kuznets, siendo representante del National Bureau of Economic Research NBER, con honestidad académica hizo un llamado a la cautela para interpretar el indicador. Por ejemplo, como sabemos, no toda la actividad económica se refleja necesariamente en el PIB, pues se excluyen muchas actividades que no por no ser remuneradas monetariamente significan que no sean actividades productivas, como el trabajo en el hogar o la economía informal e ilegal (que hoy por hoy es solamente una estimación). Menciona que el ingreso nacional es “más que una medición única y precisa, es una amalgama de datos inexactos y estimaciones aproximadas”. Hoy por hoy y con la ayuda de la tecnología, las mediciones son más acertadas, aunque el indicador no necesariamente refleja el bienestar de una población.
Probablemente la más importante y poderosa frase de la ideas del “padre del crecimiento económico” es la siguiente: “El bienestar económico no puede ser medido adecuadamente a menos que se conozca la distribución personal de los ingresos… El bienestar de una nación escasamente puede ser inferido desde una medida de ingresos nacionales como el que se define arriba (refriéndose al concepto del PIB)”[ii]
El PIB puede representar una gran producción de servicios funerarios en un país violento, la venta de armas de fuego en un país inseguro o la producción de algunos productos que contaminan ríos, lagos y destruyen ecosistemas, por ejemplo. Por otro lado, el PIB no refleja la calidad de la educación de un país o si existe discriminación o racismo en el mismo. No es capaz de ponderar la calidad del debate público o el respeto a los derechos y libertades individuales.
A menos que el modelo económico en el que sea basan las economías a nivel global cambie, el país necesita que su productividad crezca para generar riqueza material. Pero, ojo, debemos evaluar críticamente ese concepto de riqueza desde nuestra propia perspectiva individual pero de forma integral, es decir con una visión global e intergeneracional.
Es fundamental que esa riqueza generada y reflejada en dinero sea para beneficio de todas las personas que contribuyen a su creación, es decir, que la prosperidad material creada se derrame y distribuya de forma más equitativa. Que esa riqueza generada en dinero respete la biodiversidad, mantenga sanos a los ecosistemas y consolide la calidad de vida de las presentes y siguientes generaciones; es decir, que esa riqueza no destruya la capacidad del planeta de seguir generando capital natural y a la vez productos y servicios que compramos, usamos, disfrutamos por unos momentos e inmediatamente botamos. Es necesario que esa riqueza generada considere la vida, la libertad, la dignidad humana y la biodiversidad natural.
Crecer económicamente no es suficiente, cuando el crecimiento del PIB no derrama bienestar social ni es ecológicamente sostenible, socialmente inclusivo ni humanamente beneficioso. Sin ser alarmistas, por primera vez en la historia, desde distintas disciplinas académicas, políticas, sociales y religiosas se evalúa el riesgo existencial de la especie humana frente a un fenómeno del cual la misma especie tiene control por ser también responsable de su causa. Y es que al focalizarnos en un indicador de producción sin medir las consecuencias sociales, ambientales y sistémicas, cometemos un error fundamental de interpretación.
Así las cosas, la ciudadanía debe estar atenta a indicadores alternativos al crecimiento económico. Sobre todo en países como Guatemala, donde la concentración de la riqueza se mantiene en ciertos grupos al mismo tiempo que la pobreza se reproduce y la movilidad social hacia arriba de otros grupos es mínima.
Indicadores alternativos al PIB, como los niveles de pobreza, los índices de desarrollo humano, índices de corrupción, de movilidad social, así como los índices ambientales y de desigualdad social son herramientas útiles y necesarias para medir lo que en realidad importa, más que el crecimiento económico, que es un medio, el desarrollo humano y ecológico integral, que debe ser el fin.
He aquí uno de los retos de una sociedad donde sus miembros ejerzan con inteligencia su capacidad crítica. Lo que medimos importa. Medir el bienestar de un país a través del crecimiento económico no es suficiente para medir el desarrollo. Es necesario revisar y establecer un concepto integral de Desarrollo que pueda ser medible, ponderando variables más importantes que la producción de bienes y servicios en términos fríamente monetarios. ¿Puede ser este un primer propósito de políticas públicas a partir de este nuevo año?
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[i] Resolution 220 “A report on National Income 1929-1932”, 72nd U.S. Congress
[ii] Traducción libre de la frase original “Economic welfare cannot be adequately measured unless the personal distribution of income is known and no income measurement undertakes to estimate the reverse side of income, that is, the intensity and unpleasantness of effort going into the earning of income. The welfare of a nation can, therefore, scarcely be inferred from a measurement of national income as defined above” publicada en la carta del Secretario de Comercio en respuesta a reolucion 220 del Senado de EUA, 1934