Pobre aquel que por salvarse a sí mismo no se da cuenta que condena a sus hijos, y los hijos de sus hijos.

Foto: Santiago Billy/Diario Digital
Rosa nació en Senahú, Alta Verapaz. Allí no hay colegios privados pues la gente es tan pobre que no puede pagarlos. Es de las pocas personas que saben leer, y se lo debe a la escuela pública que usted y yo financiamos con los impuestos que pagamos y que muchas veces buscamos evadir.
Manuel trabaja como mecánico automotriz en un taller de Mixco; sus estudios fueron en el INTECAP que es financiado en buena parte por empresarios y trabajadores de la economía formal en todo el país Por decreto, no caridad.
Ana, de Chimaltenango, vendía tortillas en su pueblo. Al no poder pagar un hospital privado perdió a su bebé debido a complicaciones del embarazo. Aunque los médicos hicieron lo que pudieron el centro de salud no contaba con medicamentos suficientes. La corrupción cobró otra factura, mientras la acusada de robarse el dinero sigue recluida en un hospitalito privado para evadir la cárcel.
Luis, de la Capital, consiguió un puesto importante en el Congreso por su apoyo financiero en la campaña política del partido. Hoy todos los carros de varias oficinas de Gobierno son llevados a su taller, prosperando en su negocio gracias a los impuestos que a veces pagamos y a veces tratamos de evadir. Licitó corruptamente con 3 cotizaciones falsas que unos talleres de barrio le hicieron a cambio de “favores” económicos. Luis gana un jugoso sueldo en el congreso, como asesor, financiado por nuestros impuestos.
Mariela vende drogas. No tenía muchas opciones para salir de la miseria. Hoy vive en una casa grande. Sus hijos van a un colegio privado; a ella no le interesa que estudien una carrera pues “En el negocio de las drogas se gana más, no se necesita estudiar y además no se pagan impuestos”.
Andrés nació en la zona 15. Recibió educación privada que sus padres pagaron con mucho esfuerzo y estudió Administración de Empresas en la universidad privada. Hoy es socio de la farmacia de la familia. Le molesta que los llamados “libertarios” satanicen siempre al Estado pues sabe que la inversión pública y social es la única forma de desarrollar Guatemala de una vez por todas, pero también le da rabia que quienes llegan al Gobierno siempre se roben el dinero destinado a componer la terrible situación del país. Piensa: “¿Será que los corruptos no se dan cuenta que están sembrando más problemas, más violencia y más pobreza? A la larga, todo se devuelve” pues todos vivimos aquí. Ya basta de tolerar los abusos de quienes llegan a reírse de la ciudadanía en nuestras narices. Vivimos en una Democracia, carajo! ¡Esto no es la dictadura cubana para agachar la cabeza cuando algo no nos gusta!
Ana sigue vendiendo tortillas. No pasará de ganar los 100 quetzales diarios que apenas le alcanzan para sobrevivir. Aunque sueña con tener una familia teme quedar embarazada de nuevo y perder otro bebé. Manuel trabaja en un taller de barrio y gana Q4 mil al mes. No hay posibilidad que el jefe le ajuste el sueldo a la inflación. El año entrante comprará 10 por ciento menos que cuando comenzó a trabajar hace algunos años. Ve que el dueño cobra cada vez más caro por reparar carros y todo en la calle sigue subiendo de precio. No se queja, porque sabe que si lo hace, lo despedirían. “Hay mucha gente de reemplazo”, le dice el jefe. Si no te gusta el chance, sos libre de renunciar.
Ana Lucía sale con sus hijos de compras a Cayalá. Se mueve en un carro blindado y paga seguridad privada. La empresa de su esposo está inscrita en el régimen de maquila, para no pagar impuestos. Le da terror que secuestren a alguno de sus hijos por lo que solo se mueve en ciertos lugares de la capital. No se va del país pues su familia heredó fincas y vive “muy bien” en sus burbujas, en su casa amurallada, comprando, siempre comprando en la ciudad blanca y desplazándose en sus carros blindados y oscuros. No vive en Guatemala, vive en una burbuja de primer mundo, dentro de uno de los países más desiguales del tercer mundo. Sus hijos saben más del fútbol español que de la realidad de Ana, Mariela, Manuel y Rosa.
La sociedad en general no se pregunta hacia dónde vamos como país. Cada cuatro años el mismo ciclo: Asume un presidente que a los cuatro años sale con más pena que gloria, pero cínicamente risueño. La gente sale a manifestar cuando le dicen que hay que salir pero ignora del poder que podrían tener para cambiar el rumbo del país si tan solo dejara de verse como un montón de individuos aislados ocupando el mismo pedazo de tierra. Si entendiéramos que somos iguales sin importar dónde nacimos, cómo nos vemos o en qué creemos, empezaríamos a comunicarnos de forma distinta y construir un destino común.
La chica de los videos virales grita, como haciendo berrinche, sus frases prefabricadas y con fuerte carga dogmática: “Que viva el individualismo”, “Abracemos al egoísmo”, “que no le importe el resto, lo importante es salvarse a sí mismo”.
Los jóvenes ven un país desangrarse y creen que es normal, que pasa en todo el mundo. Cada quien sobrevive como puede, y peor aún, cada quien cree que salvándose a sí mismo su futuro va a cambiar.
Mientras tanto, en Canadá, John, Kim y Elena, quienes nacieron en familias distintas, van a la misma escuela pública, acceden a educación y servicios de salud, sin preocuparse del pago a dichos servicios básicos que les permiten contar con capital humano de entrada, solo por haber nacido en dicho país. Enfermarse no es un lujo, y la educación es pareja para todos/as. El padre de John trabaja en una oficina de gobierno, la madre de Kim tiene un negocio de lavandería, el padre de Elena es plomero y su mamá limpia casas. En la calle existe relativa seguridad, hay parques para niños y adultos, los gimnasios y las bibliotecas son subsidiados por los gobiernos locales. El ethos que impera es el de la solidaridad y el apoyo mutuo. El dinero que reciben después de pagar impuestos les es suficiente para ahorrar y viajar el próximo verano. Quien gana más paga más impuestos y quien gana menos paga menos impuestos… de hecho, quien gana menos de un mínimo para vivir dignamente, recibe un subsidio del gobierno, y quien puede pagarse lujos, aunque pague más impuestos, no deja de acceder a ellos. El derroche no es la norma y la pobreza es la excepción. A pesar de sus diferencias étnicas se ven entre ellos como miembros de una comunidad en la que todos/as tienen los mismos derechos y las mismas oportunidades para vivir bien. Se apoyan y comprenden que ayudando a otros se ayudan a sí mismos.
En Guatemala, el hijo de aquél diputado corrupto también viajará este año a Cancún. Para olvidarse de la caótica Guatemala, sabe que cuando regrese tendrá que pagar seguridad privada, blindar su carro, su casa y su colonia. Deberá pagar educación privada carísima para sus hijos, seguro privado por si alguien se enferma y seguir con el conformismo de aceptar que vive en uno de los países más violentos del mundo. Seguirá viendo a los demás guatemaltecos como su competencia, sus enemigos, los vagos o el “trabajo barato”, pensando que por ello “él es más”, y que si alguien vive mal es su mera culpa.
Las opciones de Rosa, de Senahú son mínimas y por muchos ingresos que tenga, no serán comparables con los que recibe Luis, Andrés o el mismo Miguel pues el sistema excluye, expulsa y condena a la pobreza a la mujer indígena del área rural en Guatemala.
Hay quienes condenan al Estado Benefactor que se vive en Canadá porque se pagan impuestos progresivos (es decir, quien gana más paga marginalmente más), porque existe un sistema de salud universal o porque el Estado interviene en los mercados cuando éstos fallan para alcanzar bienestar social, ambiental y humano. “Que cada quien sobreviva como pueda” es la consigna del grupo privilegiado que heredó riquezas e influencia sin mucho esfuerzo. Reforzar su discurso es su consigna. Hablar de inequidad les sabe a injusticia. Ver a una población ignorante y acrítica, su satisfacción.
Ingenuos que somos. No nos damos cuenta que en una sociedad con tantas desigualdades como la nuestra, “salvarse a sí mismo” no es suficiente para salvar Guatemala.
[1] Samuel Pérez Attías es Economista. Profesor de Economía en el Lester B. Pearson College, Canadá