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Sexo

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El tema es tal vez la frontera que más tabú crea en una población que se dice educada y evolucionada.

Foto: Luis Soto/ContraPoder

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¿A quién no le gusta el sexo? ¿Y por qué no hablamos de ello? Por ejemplo: ¿por qué buscamos limitar ese placer al dar por hecho que el sexo debe ser exclusivamente para reproducirnos, practicarse únicamente entre dos personas y únicamente entre cónyuges? Algunas personas viven frustradas con sus parejas, al no obtener ni un mínimo de satisfacción que tanto el cuerpo y la psique son capaces de producir en cada encuentro sexual. A veces por dogmas, creencias o un ethos social conservador y represor nos encadenamos, como especie, a contratos religiosos y/o estigmas sociales sin exponernos a una de las experiencias más sublimes y agradables que física, psicológica y emocionalmente el ser humano debiera experimentar constantemente –cuando se hace por consentimiento libre y responsablemente– durante su vida. Tener sexo placentero no es pecado. Hablar de sexo no es pecado y debatir abiertamente sobre las diferencias, sobre los gustos y estigmas creados respecto al sexo tampoco es pecado. En todo caso, es poco inteligente e ingenuo callar esa conversación aferrándose a puritanismos conservadores o falsos moralismos. Es más aberrante, por ejemplo, que la libertad sexual responsable no se aborde con los mismos argumentos de “libertad” que defienden la portación de armas, o justifican los desalojos violentos por invasión a la propiedad privada.

Arrogarse la autoridad para juzgar a otros es además de ridículo, iluso. No por haber crecido en una sociedad y bajo la cultura dominante en donde la sola idea de tener relaciones con personas del mismo sexo sea considerado “anormal” debo consecuentemente discriminar y condenar a quienes disientan con dicho paradigma. Hablamos aquí de grupos humanos que son discriminados por ejercer su libertad. Hablo aquí de ser consecuente con el principio de la dignidad humana y su respectiva igualdad ante la ley y la solidaridad hacia quienes se ven discriminados-as sistemáticamente. En el tema del apoyo político a favor de quienes son discriminados de hecho y de iure el papel del privilegiado pasa a ser una responsabilidad. No es necesario ser mujer para apoyar y hacer valer los derechos de las mujeres; tampoco se necesitaba ser afrodescendiente para unirse al movimiento de apoyo a los derechos de quienes por afrodescendientes fueron esclavizados. No se necesitaba ser judío para defender la vida e integridad de dicho grupo humano, así como su derecho a practicar su fe durante el periodo nazi o la inquisición española. Los derechos que hoy tienen esos grupos humanos, desde votar y expresarse, hasta el derecho a vivir, han sido adquiridos políticamente con el apoyo de quienes ya gozaban entonces de privilegios sin pertenecer necesariamente a dichos grupos. Así las cosas, tampoco se necesita ser lesbiana, transexual, homosexual o bisexual para apoyar los derechos que todos los seres humanos tienen relativos a su sexualidad. Derechos que tenemos usted o yo, que somos parte de la "norma conservadora” o del sistema de valores que se impuso desde hace siglos en nuestro paradigma. Con negar que personas decidan su vida diferente a como “nosotros” decidimos (los no homosexuales, no transexuales, no lesbianas, no bisexuales) no construimos una sociedad sana, más bien creamos una fachada hipócrita que esconde la exclusión y la presión social que al final revienta en frustración agregada, violencia, resentimiento y consecuencias negativas para todos sin reparar que estamos negando uno de los derechos fundamentales de las personas: su libertad de ser. Las diferencias sociales no se estigmatizan, más bien se discuten para comprenderlas y, si no se comparten, se respetan. Con respecto al tema de la diversidad sexual, si alguien es diferente a usted es porque usted también es diferente a ese alguien. Con respecto a la libertad de conocer, comprar, vender, exponer, promover o hablar públicamente sobre temas “socialmente delicados”, como el sexo, pues es de trogloditas censurarlos bajo argumentos moralistas y religiosos. Avancemos entonces como especie y además de disfrutar del sexo, hablemos de sexo, discutamos, peleémonos intelectualmente, debatamos, conozcamos y encontremos puntos en común, pero evitemos la censura, la violencia pasiva y activa, el odio, el silencio y el juicio de valor, basados en dogmas, mitos o prejuicios sin fundamento válido.

¡A tener mucho sexo, pues, y disfrutarlo al máximo!


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