El problema de Dina Ochoa, nombrada magistrada de la Corte de Constitucionalidad (CC) por el presidente Jimmy Morales, no es ser profeta. Su problema tampoco es que figuró en aquella lista de "Los Jueces de la Impunidad" de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Su "cuco" real es la forma en que fue electa: desconocemos contra quiénes compitió, no sabemos cómo se midieron sus méritos de cara a sus contendientes, ignoramos si el mandatario se enteró de fuentes objetivas cuál es el estado de las judicaturas que dirigió la nueva magistrada.
Cuando anunció la nominación, el presidente Morales parecía adelantado a las críticas. O al menos a la más evidente: mostró las famosas cartas que los abogados que figuraron en el informe "Los jueces de la Impunidad" –entre ellos la magistrada electa– llevan consigo como un escudo de defensa o casi como prueba de castidad: Iván Velásquez firmó cartas en 2014 y 2015 para eximir de responsabilidad a varios juzgadores que fueron acusados en ese reporte que Francisco Dall'Anese, antiguo director de CICIG, de triste recordación, publicó en 2012.
Esta mañana las redes sociales se alborotaron alrededor de otro hecho que el mandatario no previó que arquearía las cejas de no pocos: Ochoa es profeta en una iglesia evangélica. El diario digital Nómada cuestiona si profetizar no es incompatible con la función de jueza. Hace falta conocer más qué papel juega ella en su congregación para llegar a una conclusión certera, pero también hace falta conocer más los roles en el protestantismo: decir profecía no equivale a ser pastor. Hablar inspirados en visiones divinas es un don, mientras ser ministro de culto es una profesión. Los profetas hablan en circunstancias especiales. En cambio los pastores ejercen una función permanente.
Así que la duda se deriva de la forma cómo fue electa: sin publicidad ni transparencia. Oculta la forma, no sabemos contra quién compitió. Ignoramos, por ejemplo, si sus contendientes reunían más o menos méritos que ella. Y cuáles fueron los indicadores que el mandatario indagó y sopesó para elegirla tanto a ella como a su suplente, Henry Comte Velásquez.
¿Cómo saber si Dina Ochoa no movió de nuevo la palanca?
Una historia viene a mi memoria con relación a la magistrada electa. En el pasado, en 2009 cuando se instalaron las primeras comisiones de postulación para elegir magistrados de Corte Suprema de Justicia (CSJ) y Corte de Apelaciones, Dina Ochoa, entonces jueza y dirigente de la Asociación de Jueces y Magistrados del Organismo Judicial (AJMOJ), sometió su expediente a consideración de los evaluadores.
Entonces acreditó dos maestrías y un doctorado, los tres grados inconclusos. Sus puntuaciones la dejaron en la cola de los contendientes con 39 y 45 puntos. No superaba la media en el puntaje que decanos de Derecho, magistrados y abogados colegas, otorgaron a los aspirantes. Ochoa se encontraba entre los rezagados, en la cola de la competición. Y entonces, quién sabe cómo ocurrió, pero los puntos subieron: durante un fin de semana su expediente apareció con 19 puntos extra. Y de la cola, la magistrada electa subió a una posición que la colocó en ventaja sobre el resto.
Un acto milagroso. Un acto oscuro. Sus compañeros denunciaron que movió los hilos para subir y colarse en una competencia donde todos aspiraban a cambiar las reglas del juego. Era la primera vez que se instalaban comisiones postuladoras para elegir funcionarios del Organismo Judicial. Y la esperanza de los contendientes era que la historia iba a cambiar: que iban a ser promovidos por su experiencia, por su capacidad, por su reconocida honorabilidad. Y ¡qué salieran con esos milagros! La decepción.
Ignoramos si esta vez se sopesaron indicadores en cada expediente. Ni conocemos cuántos fueron sometidos a evaluación. ¡Ni siquiera sabemos si hubo evaluación! Y de allí surge la duda. ¿Cómo saber si Dina Ochoa no movió de nuevo la palanca?

En 2009 el diario elPeriódico publicó la milagrosa sorpresa: la nueva magistrada subió el puntaje.