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El gusanito de la historia

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Las series de televisión, Isabel en particular, y sus ficciones históricas ofrecen una buena forma de seducir a los neófitos en el gusto por la historia.

Foto: rtve.es

Foto: rtve.es

El domingo vi el último capítulo de Isabel, la serie de la televisión española. Estoy de duelo, como siempre que acabo una novela en la que he vivido buenas horas.

Es un culebrón, con su heroína de blanco, su galán de cresta leonina y sus villanos en traje de cuero negro. No falta la confidente, el amor platónico y los deslices o las intrigas, traiciones y asesinatos de siempre en las cortes del poder. Merodean por los episodios variedad de personajes atractivos, desquiciados, controversiales que determinaron el futuro de España y también del Nuevo Mundo.

Pero Isabel es también un ensayo inusual. Un grupo de productores, guionistas, actores e historiadores españoles intenta contar la historia de España a otros españoles, fuera del acartonamiento académico, a través de una ficción respetuosa. El propósito es entretener al gran público afecto a las series como The Tudors o Game of Thrones, pero no se limita a explotar el vicio. Más bien saca provecho de esa gran fruición que tenemos por producciones televisivas de HBO, la BBC y Netflix. Y si se da licencias para dramatizar hechos documentados, según leo en las reseñas, no hay ningún error que incomode a un lector culto.

Partimos del hecho histórico, y a veces lo adornamos o lo manipulamos para que tenga más chicha, somos guionistas”, dice el director de la serie. Al alcaide de Burgos y al conde de Plasencia les unieron en un personaje, hicieron coincidir el aborto de la reina de Castilla con una derrota militar de Fernando y decidieron reflejar en pantalla los rumores sobre el amor platónico de El Gran Capitán Gonzalo de Castro por la infanta Isabel.

No en balde, De Francisco Olmos, un experto en los Reyes Católicos, remite a escenas de la serie como ejemplos en sus cátedras. No han sido pocos los profesores que han visto despertar a sus alumnos que antes de la teleserie aprovechaban la clase de historia del medioevo para hacer la siesta.

Opinión-MariaOlga

En Isabel asoman temas graves: la soledad del poder, las familias devastadas por la ambición, las vidas grávidas de destino, las relaciones entre el privilegio y el deber o las épocas de vacas flacas y el resurgimiento de los odios contra los extranjeros, que dan estribo para hacer reflexiones sobre nuestros tiempos.

Actuaciones de buen nivel, convincentes. Música hermosa.

Falta quizá brío en escenas de guerra, cosa que quizás atraería a los más jóvenes, pero resultaban demasiado caras para el presupuesto. “Al fin y al cabo es dinero público en una época de crisis bíblica”, decía una crítica en Jot Down. Seiscientos mil euros por capítulo no es bicoca, pero esta producción tiene el mérito de incubar el gusanito de la historia en muchos que antes no lo teníamos.

Ver el capítulo sobre la operación de cataratas al rey Juan II de Aragón, por un médico y maestro de la Cábala judía, y luego leer un artículo sobre Medicina y Antisemitismo en el Mundo Hispánico al que antes no hubiera dedicado mis horas. O ver un episodio sobre el asedio de Granada y picotear acto seguido algún verso de Boabdil, el último del reino nazarí de Granada, ese poeta pacifista que nunca quiso ser sultán y al que su madre ofrece aquellas lapidarias palabras tras la derrota: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Conocer sobre Juan de Fonseca y sentir deseos de encontrar una buena biografía sobre el turbio personaje, responsable de la política colonial castellana en las Indias. En resumen, una experiencia de placentero esparcimiento que tiene la gracia de acicatear la curiosidad y extender el horizonte de nuestros intereses. ¿Qué más se le puede pedir al ocio?


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