Hay tres tipos de personas: las que aprenden por la experiencia propia, las que aprenden a través de las experiencias de otros y las que jamás aprenderán.

Foto: Dafne Pérez/ CP
Crear un estereotipo del guatemalteco es imposible después del 2015. Cada quien cuenta su historia desde la perspectiva de lo que le ha tocado vivir. Para unos el camino es más turbulento que para otros. A estos, a una temprana edad la vida empieza a moldearles el carácter y los principios; enraizando en ellos ideales que los guían en su actuar, en sus relaciones con el prójimo y, lo que es más importante, en su visión de país. Estos son los idealistas que pelean a toda costa por lo que consideran es lo correcto. De igual manera, hay otros para quienes conocer nuestra historia y su tendencia es suficiente para soñar y luchar por una Guatemala diferente. Los que analizan las experiencias de otros, los que pueden discernir y evaluar a través de la historia y escoger qué camino es el que hay que seguir. Pero existen quienes se rehúsan a la inevitable evolución que se requiere para progresar. Los que actúan en contra de toda lógica, defendiendo lo indefendible, los mitómanos y los que una vida privilegiada los mantiene en perpetua miopía. Estos tienden a ser los conservadores radicales que evitan a toda costa al cambio, aquellos cuya visión de país no existe fuera de su zona de confort. Estos últimos son los que la plaza no conoció en el 2015.
Guatemala ya le dio la oportu nidad a idealistas de izquierda y de derecha. Una guerra civil de más de treinta años culmina con la firma de los Acuerdos de Paz. Actores que en carne propia les tocó vivir esta dramática historia y que han sido incapaces de encaminarnos por el sendero adecuado. Estos siguen en guerra, sin comprender que un país no se mide por lo que gana sino por lo que supera. No podemos dejar que estos ideólogos continúen manejando nuestra percepción de qué es mejor para nosotros los guatemaltecos, ya que al no haber superado lo vivido, nos mantienen en un perpetuo conflicto.
El poder cívico tiene un papel preponderante y decisivo en la construcción de esta nueva Guatemala
Una nueva generación encuentra en la historia y en las estadísticas guatemaltecas una necesidad auténtica de generar cambios. Estos no están dispuestos a continuar viviendo en un país en el que las oportunidades son vedadas para la mayoría. Inconformes, empáticos con sus compatriotas y cansados de ver cómo se les arrebata de las manos su país; forman parte del “poder cívico” que hoy tiene un papel preponderante y decisivo en la construcción de esta nueva Guatemala. Su reto es regresar la confianza perdida en nuestros líderes y en nuestras instituciones. Es de este grupo de personas de donde espero surja el liderazgo que tanto anhela y le urge a Guatemala. Son a estos a los que Guatemala debe apostar para regresarle a la mayoría el sentido de lo que es ser guatemalteco; ya que en ellos impera la lógica y el pragmatismo y no el rencor y el odio de un pasado que no se logra superar. Estos son los de la plaza, quienes acompañados por generaciones anteriores ya cansadas de ver que no avanzamos, tomaron las calles acacompañados de niños en un despertar histórico que será imposible de detener.
Pero hay quienes luchan por salarios diferenciados, extensión de privilegios, y que con toda convicción consideran que “de forma retadora nos pusimos una línea del doble del están-dar internacional en materia de pobreza”. Estos, también incluyen líderes sindicales que fomentan pactos colectivos imposibles de cumplir, deteriorando más aún la ya polarizada relación obrero-patronal que solo sataniza al empresario ante el trabajador y vice- versa. De igual manera hay oenegés, que históricamente se alimentan del conflicto y que su existencia radica en mantener viva la polarización entre la ciudadanía. Una clase política acostumbrada al soborno y a la corrupción, lucra con privilegios otorgados a una minoría que corrompe el sistema en beneficio propio. Y no podían faltar los que son ajenos a la crisis del país. Los que independientemente de cuál sea la condición existente, su comodidad les permite vivir al margen, en completo anonimato e ignorancia de la condición precaria en la que viven la mayoría de los guatemaltecos.
El cambio es inevitable. Si no llega, el progreso es imposible de alcanzar. Démosle la oportunidad a una nueva generación de empresarios, trabajadores, políticos y sociedad civil de encausar a Guatemala por el camino correcto.