El discurso inaugural del presidente Jimmy Morales no dejó dudas de que tenemos un mandatario con experiencia en tablas y escenarios.
Los actores ensayan sus parlamentos y su histrionismo antes de cualquier obra, y eso les da eventualmente un control sobre su audiencia. Los espectadores, embelesados, se dejan seducir por las palabras y las emociones, y poco a poco caen en los brazos de los artistas.
El teatro y el cine son sin duda un buen entrenamiento para futuros políticos. Esto quedó plenamente demostrado con los republicanos estadounidenses Ronald Reagan y Arnold Schwarzenegger. Particularmente, la magia mediática del primero representó un poder que los intelectuales liberales de Estados Unidos subestimaron en los años 80, pero le permitió al Partido Republicano gobernar por tres períodos consecutivos.
Así que el discurso de nuestro nuevo presidente podrá ser criticado en su contenido de varias maneras. Pero harían mal los comentaristas que, al mismo tiempo que despotrican contra las ideas, subestiman el manejo escénico de Jimmy Morales. Es un tema sobre el cual volveré en futuras columnas de opinión.
En el otro extremo del estilo político se ubicó el Estado de la Unión del presidente Obama, presentado por última vez ante el Congreso de Estados Unidos el martes 12 de enero. Se trató de un discurso donde la fuerza, claridad y profundidad de las ideas prevaleció sobre el histrionismo político teatral. Había emoción, pero sobre todo había una profunda reflexión sobre los desafíos de Estados Unidos de cara al futuro. No había tiempo para llamar a la audiencia a ponerse de pie y colocarse la mano en el pecho. La fuerza moral de quien habla con palabras profundas, y en gran medida verdaderas, era suficiente para conmover y comprometer a la audiencia.

Jimmy, con emoción y convicción, nos comprometió a sacar a Guatemala adelante. Obama, usando la razón y la lógica, dijo que una parte de Centroamérica está condenada por décadas al desequilibrio y al caos, generando flujos permanentes de refugiados hacia Estados Unidos. No se trata de dos diagnósticos contradictorios, pero sí de dos sensibilidades muy distintas frente a la misma realidad.
Para ser justos, el presidente Morales nunca negó que estamos muy mal como país. Pero, lamentablemente, tampoco propuso un camino claro de cómo salir del hoyo histórico en el que estamos metidos. Con convicción habló de algunas metas que debemos alcanzar, pero nos dejó con hambre de saber cómo alcanzarlas.
Quizás a futuro, el presidente Jimmy perfeccionará su estilo y nos dará presentaciones electrizantes como las que adoraba hacer el presidente Reagan en los años ochenta. Sin embargo, Guatemala necesita más de ideas y hechos concretos, que de grandes demostraciones de histrionismo. Las emociones nos mueven, no me cabe la menor duda. Pero en un país tan urgido de soluciones efectivas a problemas como la pobreza, el hambre, el desempleo, el racismo y la inseguridad, los discursos teatreros tarde o temprano nos causarán más frustración que bienestar.
Estamos urgidos de prosa, no solo de poesía y teatro. Estamos urgidos de ideas, no solo de emociones. Y para caminar en esa dirección, esperaremos que el presidente Morales busque inspiración no solo en sus colegas actores transformados en políticos, sino también en líderes como Obama que actúan y se comunican a través de ideas con- cretas que inspiran grandes cambios sociales. Porque la ciudadanía lo que clama es eso: cambiar, de una vez y por todas, a nuestra Guatemala.