Exigir al presidente electo que haga funcionar el Estado sin cambiar de fondo el sistema es condenarlo al fracaso.
Las preguntas más planteadas en los últimos días, de forma recurrente, son dos: ¿por qué ganó la Presidencia Jimmy Morales? y ¿tiene posibilidades de cumplir su mandato con éxito?
La primera tiene una respuesta simple y breve. Un candidato sin pasado de gestión pública, que se promovía como “Ni corrupto ni ladrón”, calzó perfecto con el sentimiento generalizado de rechazo a los políticos tradicionales y a su enriquecimiento desenfrenado. En la primera vuelta electoral, Jimmy venció a Manuel Baldizón, el candidato que encarnaba lo corrupto y nefasto del sistema. En la segunda, derrotó a Sandra Torres, convertida en “la vieja política”.
La otra pregunta requiere una respuesta más elaborada.
Para empezar, hace falta comprender cuál es el mandato real de Jimmy Morales. Y este es, por lo menos, dual. Por un lado, a Morales se le pide que austero, intolerante con la corrupción e inclemente con los saqueadores del Estado.
En la parte que hasta hoy puede cumplir respecto a ese mandato, marcha bien. No hay signos de ostentación ni boato en la forma como se conduce. Su viaje por la región, en vuelos comerciales y clase económica, contrastan mucho con los de los exgobernantes que ansiaban contar con un avión presidencial para desplazarse cómodamente.
Los planes para la transmisión de mando parecen también modestos y sobrios. Sin gasto excesivo ni espectáculo innecesario.
Nada de esto es informado por el equipo del presidente electo que, al menos en materia de comunicación, parece desorganizado, abrumado por otras tareas y hasta inexistente.
Pero en el plano de la austeridad y la sencillez parecen ir bien las cosas. Hace falta ver cómo se conduce ya en el poder.
"La élite económica pide a Morales que salve al sistema de la autodestrucción".
Por el otro lado, al presidente Morales se le piden dos cosas. El grueso de la población le exige que haga eficaz al Estado para proveer los servicios y cumplir las funciones que le competen. Y la élite económica, que salve al sistema de su autodestrucción, demostrando que no requiere de una transformación de fondo.
Una y otra demanda son insensatas. Le piden a Jimmy Morales algo que ni un superhéroe lograría. Aunque le echen todas las porras del mundo o le provean de cuadros graduados cum laude en universidades del Ivy League.
Ahí es donde se encuentra la trampa para Jimmy Morales, una trampa que él soslaya sea por convicción ideológica (es un conservador) o por ingenuidad. La creencia de que un gobierno probo puede dar respuesta a los problemas más relevantes del país con el actual sistema en marcha y las condiciones de financiamiento del Estado es solo una quimera.
Considere el ejemplo más a la mano para comprenderlo: con el presupuesto para el 2016 aprobado por el Congreso, se necesitarán muchos milagros para lograr que los hospitales públicos no se encuentren desabastecidos hacia finales del año. El Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) no ha ampliado su cobertura y, con tan escasa medicina preventiva de baja calidad, no hay manera de impedir que los hospitales se colmen de pacientes.
Solo en materia de salud, el país requiere de una transformación colosal, que incluye ensayar nuevos modelos de organización comunitaria y levantar un censo de pacientes de enfermedades crónicas y catastróficas para atenderlos. Eso, además de mantener un monitoreo constante e individualizado de la desnutrición.
Todo esto requiere dotar de más recursos y capacidad operativa al Estado.
Considere ahora a la educación pública, a la cual solo se le otorga la suficiente para pagar sueldos de maestros. No más.
Lo que sí puede lograrse es darle un retoque a la administración pública, hacer cambios más bien cosméticos y maquillar las cifras reales. Lo que siempre ha hecho la derecha gobernante, sea en su versión empresarial o en su versión de políticos desarrollistas. Pero cambiar la situación de Guatemala –que pasa por diseñar y construir un modelo más eficiente de Estado y de desarrollo económico– no se logra así nomás. Y pedirlo a un gobernante, es condenarlo al fracaso.